lunes, 2 de septiembre de 2013

Vuelta al cole permanente

Cuando era pequeña pasaba los meses de verano en la casa de campo de mi abuela Manoli. Era un estilo a la casa de la "Abuela de Verano" de Rosa María Sardá pero sin tanto jolgorio ni aventuras surrealistas. Mis lugares preferidos para hacer exploración eran los canchales.


Pero para descansar y reflexionar, me iba a este gran alcornoque, no sé si centenario o milenario. Ha vivido podas, que le quiten capas de corcho cada 10 años (no sé cuántas veces); y hasta el incendio que en 2003 asoló La Campiña y la comarca de Valencia de Alcántara. Pero él, sigue allí, majestuoso y contemplando día a día como amanece y se oculta el sol tras Marvão.

Ojalá tuviéramos la cabeza de alcornoque, como éste, que sobrevive a las dificultades y siempre regala su sombra a quien se sienta bajo él. No sé si echará de menos a esa niña rebelde que pasaba las tardes bajo su sombra porque se aburría en la hora de la siesta y estaba horas y horas jugando a hacer construcciones con palos y piedras.

Esa niña hace años que sustituyó los palos y piedras por pantallas y palabras con las que intenta construir y aportar su pequeño granito de arena para que su vida y las vidas de las personas de su entorno cercano y lejano merezcan la pena ser vividas.

Y sí, me gustaría sentir cada mañana la ilusión por volver al cole. Yo al menos tenía ilusión. No me parecía un rollo, un peñazo o una chapa. Ilusión por descubrir y sentir cada día algo nuevo. Por tener siempre ganas de aprender y descubrir los pequeños grandes placeres de la vida, como contemplar a un viejo y sabio alcornoque que ha vivido el paso del tiempo de varias generaciones.

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